Para no faltar con mi cita puntual con la verdad, no se muy bien por donde empezar pues es tanto lo que quiero transmitir que fallo en el intento. Bueno, haré lo que pueda desde esta ventana discreta, la cual abro de cuando en cuando para acercaros un poquito de mis vivencias. Como comenté en un pasado no muy lejano, este fin de semana ponía rumbo zona central de la Isla Norte. Para ello alquilé un coche (la verdad es que aquí sin coche haces poco, ya que las ciudades son meros dormitorios excepto algunas excepciones como Wellington y para llegar a los sitios interesantes la verdad es que lo necesitas), lo cual supuso la primera novedad, papeles cambiados, todo a la izquierda. No me costó tanto el hecho de ir siempre por mi siniestra como acostumbrarme a tener el cambio de marchas en ese mismo lado, o los intermitentes también en el lado cambiado (la primera hora estuve cambiando de carril accionando el limpiaparabrisas, jaja). El destino era Rotorua, previo paso por Taupo. Bueno, lo primero que hay que decir, es que estamos en una zona donde la actividad geotérmica es más que evidente, conformando una de las zonas más activas del mundo, fruto del roce (el cual hace el cariño) entre las placas Pacífica e Indo-Australia, por ello no es raro sentir pequeños terremotos y encontrar volcanes así como todo tipo de manifestaciones y de testigos que de ellos se derivan.
Como siempre aquí en NZ, los pastos se sucedían sin descanso, donde las ovejas a pesar de ser la especie dominante, dejaban hueco a las vacas, incluso a caballos. Tampoco resultaba raro encontrar campos de golf (de los que no se riegan) donde las ovejas hacían las veces de banderines móviles. Entre los pastos, de vez en cuando se atravesaba algún denso bosque, donde el sol echaba horas extras para llegar a la superficie. Toda esta carrera de relevos entre pastos, zonas agrícolas y bosques la rompió bruscamente los límites del Tongariro National Park con su imponente y muchas veces cerrada al tráfico Desert Road. Hasta este punto, la abundante lluvia media dejaba al verde como auténtico protagonista, sin embargo, la carretera del desierto abría un amplio abanico de grises y marrones, culminado por el blanco de las cumbres que forman parte del PN. Los paisajes me recordaban a mi querida sureña Almería, con una especie de esparto como prácticamente único testigo vegetal así como lomas desnudas y desprotegidas, el espectáculo era majestuoso, sobre todo por la magnitud del cambio en la corta distancia, siendo esta una de las señas de identidad de este país: los cambios, los contrastes, la diversidad. Como si de una carrera de relevos se tratara, los verdes de la vegetación y los azules de ríos, lagos y charcas volvían a ser nota predominante una vez atravesada la carretera del desierto. Taupo nos recibió con el lago que lleva su nombre (lago más grande de NZ), bordeado por una serpenteante carretera donde las paradas eran más que obligatorias. Desde Taupo a Rotorua, tuve la oportunidad de ver cosas preciosas, pero lo que sin duda mas me sorprendió fue la impresionante actividad volcánica, presente en cada rincón de esta región. Fruto de esta actividad hay un permanente olor a huevo a podrido, cuyo responsable es el ácido sulfhídrico que emana de los innumerables cráteres y fumarolas que salpican la zona. La primera vez que se presentaron ante mis ojos las emanaciones, pensaba que estaba ante un incendio, pero no, todo formaba de la actividad interior presente, y de que manera, en el exterior. Para ver todo esto de cerca, nos acercamos a Wai-o-Tapu (sur de Rotorua), donde tuve la oportunidad de ver con mis ojos todo lo que has leído en los libros pero que nunca has tenido la oportunidad de presenciar, el espectáculo era fascinante: geisers, lodos y aguas ebullescentes, nubes de vapor por todos lados, infinidad de colores dados por los distintos minerales aflorados en superficie… en definitiva, un deleite para los sentidos. Para finalizar mi estancia en Rotorua, fui a unos baños al aire libre con piscinas a distintas temperaturas desde los 35 a 40 grados, una gozada, si bien, el cambio de una piscina a otra era duro pues hacia viento y estaba nublado, que vida mas complicada esta.
La vuelta la hicimos por otro sitio, por recomendación de los lugareños, pudiendo realizarse un símil con el trayecto de Hécula a Elche, el cual se puede hacer por Villena o bien por Pinoso, con una pequeña diferencia horaria, pues tardé 7 horas en llegar a Wellington, las cuales se me pasaron sin darme cuenta. Pues bien, este trayecto de vuelta fue igual o mas espectacular que el de ida, con paisajes agrícolas y pastos interminables y perfectos, que bien valen una postal, o mejor, un cuadro., mezclados con bosques exuberantes, casas idílicas, ríos, lagos… lo mejor fue cuando sin previo aviso aparece ante mi el inmenso Océano Pacífico, pero es que giro mi cabeza hacia la izquierda y se levanta ante mi el Mt Taranaki (volcán perfecto, típica montaña que todos hemos dibujado de pequeño, con su cumbre nevada) que la tierra se había encargado de introducir aguas adentro por medio de una península. Toda esta decoración se encontraba iluminada por un sol un sol radiante, con una luminosidad e intensidad desconocida para mi... la situación hizo que me quedara un par de minutos sin reacción, tan solo la de observar el fastuoso espectáculo.
En fin, que no os aburro más con mis historias. He resumido tanto como he podido, intentando transmitir, aunque sea imposible, parte de lo que he sentido este fin de semana, para lo cual las fotos me van a ser de gran ayuda. De lo que estoy seguro es de que esto es lo más bonito que he visto en mi vida, y que nunca pasara al olvido, puesto que los recuerdos son imborrables, y mas estos, que son de aquellos que dejan huella.