jueves, 9 de mayo de 2013

Recapitulando

Viendo la fecha de entrada puede parecer que este relato de los hechos se refiere a una fecha lejana en el tiempo, así es. Esté escrito lo comencé tras las vacaciones de Navidad pero lo termino ahora. Cuando escribo me gusta revisar lo escrito pasados unos días. Es mi forma de decir las cosas en la forma en que realmente las quiero decir y de corregir palabras y frases cuyo resultado final no me convence. Pues bien, esta acción de revisión se ha prolongado en el tiempo hasta la fecha actual razón por la cual me refiero en presente a hechos que ocurrieron en el pasado.
Los grillos no se han cansado de cantar durante el último verano, Adelaida se recupera de los días calurosos, solo las noches nos daban un respiro. Todo lo cuento desde nuestra nueva casa, situada en la encrucijada en que dibujan Unley y Cross Road. Nuestra calle es tranquila, la típica calle de viviendas unifamiliares australinas, pero con dos peculiaridades que la hacen muy diferente del resto, digamos tres. La primera es la importante presencia de árboles, jacarandas en concreto, las cuales nos tendieron una alfombra de flores violetas a nuestra llegada. La segunda es que está cortada al tráfico, solo pasan bicis y para que lleguen los coches aquí tienen que dar un importante rodeo. Esto no solo nos libera de los molestos ruidos de coches (de ahí que oiga los grillos) y dota a los vecinos de ese espacio que en muchos sitios les ha sido arrebatado a favor del coche. El otro día oí niños, excelente bioindicador, ellos jugaban al criquet (deporte rey en el verano Australiano), sin reparar en que son una minoría privilegiada. El coche tiene mayoría absoluta en el resto de sitios, el dicta órdenes a su antojo. La tercera peculiaridad, es que nuestra calle enlaza con nuestra querida Rugby Street, una calle trufada de calles cortadas, que nos deja en 10 minutos en bicicleta, y de forma muy segura, en South Terrace, antesala de nuestra querida ciudad, Adelaida. Podría añadir más ventajas, como que estamos al lado de nuestro cafetín favorito para desayunar (A Mother’s Milk), las cuales se resumen en un sentimiento: nuestra felicidad.
Ha llovido desde mi última comparecencia cibernética. Tanto que me dio tiempo, entre otras cosas, a recorrerme el mundo y volver a España para visitar a mis seres queridos, evento que tuvo lugar las pasadas Navidades. El encuentro, como no puede ser de otra forma, fue muy especial, no obstante llevaba años y cuatro meses sin verlos (sin veros). Cada día, cada acción, se convirtió en especial y formará parte de mi recordatorio particular de aquí al final de mi existencia. Llegué a Madriz, allí me esperaban mi querida madre y hermano. De camino paramos en una venta, de esa de platos generosos y carnes a la brasa, los cuales recibí casi con lágrimas en los ojos. No es que en Australia no coma bien sino que hay cosas que se echan de menos pues bien no las encuentras o porque aunque las encuentres no son de la misma forma. Yecla me recibió con mis queridos amigos ataviados a lo “Bienvenido Mr Marshall”. El tiempo pasó rápido pero todo lo viví con una intensidad especial.
La verdad es que no he escrito tanto como me gustaría pero es que los días se me pasan a velocidades de vértigo (me comentan que conforme creces, los días se pasan más rápido, doy fe). Entre semana el trabajo nos quita buena parte del tiempo y el sobrante lo intentamos ocupar con las cosas que nos llenan: hacer deporte, acudir a la biblioteca, leer, ver una película, ver a los amigos… lo típico, esas pequeñas cosas que hacen que este invento que es la vida valga tanto la pena. También hay que buscar tiempo para mantener la casa y cocinar, que no es poco. Mi afición por la cocina es algo que viene de tiempo atrás (por más que mi querido hermano lo niegue, jaja). Según cuentan los que saben de esto (mi querida madre, sin ir más lejos), empecé haciendo gachasmigas cuando mi altura apenas llegaba a la de la barbacoa, razón por la cual busqué una caja con la que ganaba ese palmo y medio que me faltaba. Se puede decir que es una afición que he recuperado puesto que durante la tesis apenas pude practicarla. Sin embargo, seguí comiendo bien puesto que mi madre me surtía con tuppers congelados. Ante las acusaciones que esta práctica puede conllevar, tengo que decir en mi defensa que mi madre siempre dijo que a ella le daba igual “echar un puñado más”. Una vez hecha la reseña sobre la cocina, llegamos al viernes, día de mercado central, lugar donde nos nutrimos con el 80% de la comida que necesitamos para pasar la semana. Me gusta el mercado central, su ambiente, su olor… me gusta puesto que ves a gente, quedas con gente. Siempre hay alguien tocando por lo que las melodías se cuelan entre los gritos de los mercaderes. En el mercado hay cercanía, son puestos regentados por familias, muchos de ellos generación tras generación y con productos en su mayoría locales. Normalmente mi compra se divide entre 10 puestos, lo cual es beneficioso para mi ya que elijo lo mejor que tiene cada uno, pero también para la economía local, puesto que reparto mi dinero entre muchos (en vez de dárselo todo a uno solo rico, dueño de una cadena de supermercados). El fin de semana suele ser abierto con prioridad absoluta para hacer lo que nos apetezca en cada momento. El factor común suelen ser desayunos largos, pausados, de esos en los que pones música y te relajas.
Uno de esos fines de semana, más largo de lo normal por ser public holidays (vamos, tuvimos un puente), lo dedicamos a explorar una zona a la que le teníamos muchas ganas, la parte sur de la Yorke península: Innes National Park. Si miramos al oeste de Adelaida nos encontramos con una península que tiene la forma de Italia y que responde al nombre de Yorke. Esta península vive a la sombra de la que tenemos al Sur, la Fleurieu península, donde los vecinos de Adelaida suelen ir a pasar sus vacaciones (también hay que decir que está más cerca). Fue precisamente este hecho, unido a mi anterior visita a la zona central y norte de la Yorke península y a su carácter rural y de antigua zona minera, los que inmediatamente captaron mi atención. El citado parque nacional se encuentra en el extremo sur de la península y guarda un cierto parecido con nuestro querido Cabo de Gata. La diferencia es que estábamos prácticamente solos. Bueno, me refiero a solos con respecto a seres humanos ya que la fauna brilla por su presencia: canguros, emus, todo tipo de aves, peces… la visita fue aun más especial ya que se llevó a cabo en grupo, en un gran grupo de amigos bien diverso y mestizo compuesto por gente proveniente de todos los rincones del planeta: Israel, Australia, Nueva Zelanda, Croacia, Islas Baleares, Galicia. Por haber había hasta gente de Murcia…
Nuestra segunda escapada fue a Tasmania. Dicen los locales que Tasmania tiene un poquito de cada sitio de Australia lo cual le hace totalmente diferente al resto. Tienen razón, Tasmania no se parece a nada de lo que yo había visto en Australia, empezando por su capital, Hobart, una preciosa ciudad jalonada a lo largo de pequeñas colinitas y que rinde homenaje a su precioso puerto donde barcos de todo tipo se balancean al son que marcan las olas. La ciudad está presidida por el Mount Wellington, coloso de más de 1000 metros de altura donde tormentas de nieve te pueden sorprender aunque sea verano (lo digo por experiencia propia). El viaje lo realizamos cumpliendo uno de mis sueños que era viajar en autocaravana y lo hicimos con unos amigos de Ecuador. La experiencia fue inolvidable. Tasmania me sorprendió con muchas cosas pero me quedo con las facilidades que tiene para hacer turismo de “pateo” (estará entre los mejores sitios del mundo para la práctica del senderismo a todos los niveles), con su número de árboles (y la grandiosidad de algunos de ellos) y con la vasta cantidad de fauna que aun habita esa isla, santuario que deben seguir protegiendo.
Creo que por esta vez es suficiente. He intentado resumir lo vivido y lo sentido durante los últimos meses. Gracias a todos los que estáis ahí.
Un abrazo, Martín.