Estimad@s tod@s,
Bienvenidos a la reapertura de este rotativo “Elegante pero informal” el cual ha permanecido en standby durante los últimos 9 meses debido a su vocación de ventana discreta a las vivencias, pocas pero humildes, de este que les escribe durante sus estancia en tierras lejanas. Aviso que esta primera versión del Elegante toma 2 viene cargado, es decir, que es denso, por lo cual, y a falta de un abstract que haga las veces de resumen, el que quiera leerlo entero ya sabe a que atenerse. Prácticamente hoy es el primer día que tengo un rato más o menos largo en el que poder escribir a gusto y sin prisas, además, viene bien porque ya me encuentro perfectamente instalado y habiendo pasado lo peor de estas cosas, cómo es el primer día de curro, los primeros encuentros con los compañeros, la posible pérdida de maletas, etc. Pues bien, la verdad es que no he tenido ningún problema, todo lo contrario, todo ha ido a la perfección y toco madera, es decir, mi cabeza y no acerico de los barcos que son mis abdominales. Bromas aparte, y al hilo de lo que comentaba, el viaje transcurrió sobre los cauces de la normalidad a pesar del trasiego que supone estar en tres continentes. La tierra patria me despidió con un descomunal caos en la T4 y con mi último bocadillo de jamón y queso hasta dentro de tres meses. De ahí pasé a Frankfurt, ciudad desde la cual volé a Singapur, el cual tuve oportunidad de ver desde los aires. Tras una breve espera, mi avión puso rumbo a Melbourne y de allí a Wellington. Allí me esperaba mi jefe, Tom, una mezcla entre Miliky y Sir Alex Ferguson, una bellísima persona ya que no solo me recogió sino que al otro día fue con su señora a recogerme otra vez y e hizo las veces de guía anfitrión de la ciudad, me enseñó como llegar al curro, me compro un bono semanal de tren y me invitó a comer, casi nada, igualito que los franceses. En cuanto a la casa esta de pm, son apartamentos de tres personas con habitas individuales. La primera noche me pusieron con dos maromos británicos, pero era pasajero, puesto que al día siguiente me situaron definitivamente con dos kiwis, es decir, dos jovenas neo-zelandesas. Nada más entrar supe de que pie cogeaban, puesto que la mesa donde supuestamente se come, estaba llena de botellas, a cual más variopinta. Entre las joyas puedo destacar una botella de ginebra de esas que no llevan dosificador, vacía por supuesto, tipo tanquerai (te acuerdas Andrés?) de una marca que situaría entre las codiciadas Gordon, Capitan Jack y La Ballena. Flanqueándola a ambos lados, sendas botellas de vinacho peleón, vacías tb. Para aderezar todo ello, la cocina estaba echa unos zorros, el microondas para tirar, etc., cuando las vi al día siguiente y tras las presentaciones oportunas, les dije que cuando me tocaba limpiar, que me incluyeran en los turnos, y me respondieron, evidentemente, que no habían turnos de limpieza pero que no sería mala idea, jaja. Asimismo, les pregunté que parte del frigorífico me correspondía, creo que era la zona donde se ponen los huevos. Bueno, hay que decir que cuando llegué me encontré una caja de bombones en mi habita dándome la bienvenida, y al día siguiente todo estaba impoluto, un pedazo de hueco en el frigo, etc., mola, además, el apartamento es una caña y pilla a 5 mtos de la estación de tren andando y a otros 5 del centro, no se puede pedir más. Por cierto, para los curiosos, he probado el tema de tirar de la cadena para ver la influencia del famoso efecto Coriolis, pues bien, como apuntaría mi buen amigo Luisito, no se ve un carajo, es poco el espacio, casi nula la fuerza y también dependerá del modelo del sanitario. Después de este breve pero necesario inciso, continúo con mis vivencias. El sábado y el dommingo, tras un sorprendentemente nulo jet lag (bueno, no tan sorprendente, ya que nada más salir me puse la hora neo zelandesa, e intenté más o menos habituarme a esos hábitos. Cuando llegué, estaba reventado, serían sobre las 15, pero no me fui a sobar, me fui a dar una vuelta de 4 horitas para acostarme cuando tocaba. A esto hay que añadir el entrenamiento que he llevado los fines de semana de retirarme a la hora que me solía levantar o incluso más, a veces los esfuerzos tienen su recompensa) me aventuré a vivir Wellington. La verdad es que estamos ante una ciudad muy acogedora, donde todo es nuevo, situada justo en el extremo sur de la Isla Norte, separada por el Estrecho de Cook de la Sur (tipo Estrecho de Gibraltar) mezcla increible de personas, sobre todo de asiáticos, en una misma calle puedes probar un trocito de la India, otro de Vietna, Tahilandia, Camboya, China, Japón… En Wellington ciudad viven unas 150.000 personas, es muy accesible a pie y demuestra nada más verla sus raices inglesas. La ciudad se apuesta en torno a una bonita bahía, donde los rascacielos sobresalen (si bien, no penséis en rascacielos tipo Manhatan) y donde los bares y tiendas (más que personas) e intercambian constantemente personas, muestra del bullicio constante a la que está sometida. También me ha sorprendido, bueno, en realidad, no tanto, el tema de la globalización, si nadie te dice nada, puedes pensar que estas en cualquier gran ciudad del mundo, por sus tiendas, por sus McDonalds, etc. Está claro que algo bueno tendrá este tema de la globalización, pero para mi, la pérdida de las identidades que hacen propios a los sitios es algo nefasto e irreparable.
Una vez reconocido el terreno, me preparé para mi primer día de curro. Trabajo en Porirua, que es un pueblecito costero situado a unos 20 km de Welli. Este primer día me volvió a sorprender, porque todo marchó a la perfección. Me esperaba una compañera de Tom, y tras las perceptivas normas de seguridad, pasó a presentarme a la gente y a enseñarme el centro para finalmente enseñarme mi puesto de trabajo con su pedazo mesa, ordenador, etc. El centro se llama ESR (siglas que responden a Environmental Science Research), en el cual no solo se trabaja con suelos y lodos, es el laboratorio de referencia del Ministerio de Sanidad, llevan temas de drogas y forenses (es decir, que van pasando fiambres cada dos por tres), donde trabajan unas 200 personas. Tom no estaba, está en unas conferencias y viene el miércoles, pero la verdad es que todo el mundo me trató fenomenal, todos sabían que iba porque me iban parando, ayudado a que me hicieron una foto nada más llegar y la colgaron en el cuadro del equipo de Tom.
De lo específico ya paso a lo general, a los primeros pensamientos y conclusiones así “a bote pronto”. En primer lugar, tengo que admitir que se me ha caído un mito (como ya me pasó en Francia, eso pasa cuando te hablan de algo pero tu no lo has visto de primera mano) en lo referente a respeto por el Medio Ambiente y a nivel de desarrollo del país. Welli es una ciudad donde la bici no tiene lugar, y no porque no tenga las condiciones, sino porque simplemente, no hay carriles bici. Hasta la fecha, no he visto a nadie que separe residuos, más que nada porque no hay contenedores, aunque igual lo separan en destino, lo tengo que estudiar. Los transportes son auténticas tartanas, con más años que el baúl de la Piqué, y más lentos que el caballo del Malo. El centro donde estoy estaba bastante sucio, mi mesa y mi teclado tenían más mierda que el palo de un gallinero, y los aseos no se quedaban muy atrás. Con todo esto, saco la conclusión de que en España no estamos tan mal, todo lo contrario, pienso que estamos muy bien y que vamos a más. Si a eso unimos nuestro clima y nuestra gente, pienso que estamos en el mejor sitio que se puede estar del mundo.
Bueno, me despido ya que me ha quedado esto larguito (aunque ya he avisado), espero que no os hayáis quedado durmiendo y que esto no sea razón para no leer la próxima edición de este “Elegante...”.
Besos para ellos, abrazos para ellas.