El tiempo pasa y no espera a nadie, parece que fue ayer cuando junte unas cuantas, como diría Kiko Veneno, personal belongings en una maleta de sueños destino nuestras antípodas. Así fue, Welli me recibió, como no, con un contundente viento y una fina lluvia, allí estaba mi adorable jefe Tom, cobijado bajo su enorme paraguas, él fue la primera persona con la que hablé en estas Islas y del mismo modo prácticamente será la última. En algo más de 24 horas de vuelo y tras varias escalas pasé de los casi 40 grados de nuestra capital a los escasos 7 de su homónima neozelandesa, ahora se invierten los papeles, saldré con unos 20 y espero los mismos 7 con los que llegué aquí. Agosto se pasó un poco más despacio debido a mi pequeño círculo de amistades y a que el tiempo no acompañaba a hacer muchas actividades destechadas. Todo lo contrario que Septiembre, Octubre y lo que llevamos de Noviembre, los cuales se han pasado en un cerrar y abrir de ojos.
De Nueva Zelanda me llevo una impresión bastante positiva, ya que parece que el plato de la balanza de las cosas buenas pesa más que el de las cosas malas. Impresión en la que también influye el carácter efímero de mi estancia, la cual hace más difícil apreciar lo negativo, ya que son aspectos que se notan más en el largo plazo. Uno de los puntos débiles de este país es, sin duda, su marcada vocación consumista y derrochadora. El impacto de un neozelandés medio es mucho mayor que el de un español y se acercaría al de un habitante de los EEUU, me refiero al uso del coche, consumo eléctrico y de agua, generación de residuos, etc. Muy ligado a esto, está esa falsa impresión (desde mi punto de vista) de que aquí todo el mundo respeta al Medio Ambiente o es ecologista. Es cierto que esa es la imagen que quieren vender y que de hecho venden (ya que el Medio Ambiente hoy en día es una herramienta de marketing), en consonancia con su pasado antinuclear y con su vasto y exuberante Medio Ambiente, pero está claro que ese Medio Ambiente ya venía de serie y si se mantiene más o menos en buenas condiciones no es debido a su excelente gestión sino a la poca presión que 4 millones de personas ejercen. Además de esto y como bien le dijeron una vez a un amigo “no se puede vivir siempre de las rentas”. La comida es otro punto muy negativo, ya que hay un claro predominio de las carnes rojas, pasteles y grasas relegando a frutas y verduras a un segundo plano. Su gastronomía está muy influenciada por el exterior y no quiero decir con esto que sea malo coger influencias de otros, lo que está mal es coger influencias desacertadas. No hay más que ir a un supermercado y comparar el precio de un filete de ternera con el de la verdura y la fruta. Sorprendentemente, y a pesar de ser una Isla, el pescado juega un papel totalmente secundario en la dieta de los kiwis, consumiéndolo principalmente en forma de su ¿plato estrella? Fish and Chips. Esta realidad la comprobé cuando pregunté cual es el plato típico de aquí, tras una profunda reflexión, concluyeron que las barbacoas, Fish and Chips, pasteles de carne y sándwiches de patatas fritas, ver para creer. La burbuja en la que viven, otras veces comentada, también me preocupa, ya que para esta gente (en general siempre) solo parece importar lo que pasa en EEUU así como Inglaterra (sobre todo), Francia y Alemania, de hecho, para ellos Europa parece solo estar compuesta por estos tres últimos países. Solo los que han viajado o tienen la intención de, conocen un poco a países como el nuestro, su cultura, costumbres, etc. Otros aun siguen pensando que Sudamérica es España. De esta forma, mucha de esta gente se ve muy sorprendida, casi traumatizada cuando viven en primera persona o simplemente escuchan realidades de otros países. Una vez comentados los aspectos negativos, paso a comentar los positivos, los cuales convierten a este país en uno de los mejores lugares del mundo para vivir, de hecho no he conocido a nadie que me halla dicho que no le gustaría hacerlo. Hablemos del clima en primer lugar. Quitando los ventosos días de sitios como Welli (cosa normal cuando te encuentras en pleno estrecho, sino que se lo pregunten a los habitantes de Tarifa) la climatología es bastante benévola, teniendo veranos e inviernos bastante suaves en general. También en general, la gente es muy amable, hospitalaria y solidaria, siempre intentando ayudar e interesándose por tu experiencia aquí. Por otra parte, la gente es muy respetuosa con las creencias, intereses, hasta incluso forma de vestir de los demás. Aquí ya puedes salir en pijama y pantuflas a la calle que nadie te va a mirar por ello ya que si lo haces es porque te gusta y estas a gusto con eso, por lo que nadie te lo va a calificar. Calificar, esa es la palabra, nadie te califica o te ubica sin conocerte, aspecto que puede ser un arma de doble filo. Es bueno porque las primeras impresiones no suelen ser acertadas y hay que conocer a una persona para saber realmente cómo es, pero al mismo tiempo malo ya que esta gente necesita mucho tiempo para considerar a una persona como un amigo y hay veces, que ese tiempo es tan largo que fallan en el intento. Otro aspecto sin duda positivo es la absoluta tranquilidad con la que aquí se vive, aquí nunca pasa nada y es algo que ya he comentado en anteriores ocasiones, los periódicos deben tener auténticas dificultades para sacar noticias, al menos de las que estamos acostumbrados a leer en los mismos y que tristemente son las que interesan a la gente. Pienso que si no el que más, estamos ante uno de los países más tranquilos y seguros del mundos donde muchas casas están abiertas, puedes dejarte tus cosas en bares sin miedo a que nadie te las robe, etc. También me gusta el mestizaje de esta sociedad, donde las distintas nacionalidades encajan perfectamente y no se percibe una discriminación clara sobre alguna de ellas. Está claro que por ejemplo en el caso Maorí, estos ocupan generalmente peores puestos y tienen una peor educación que los pakehas (europeos) quedando muy lejos ese supuesto estado bicultural que el gobierno quiere transmitirnos, pero su situación es claramente mejor que la de los aborígenes australianos. Finalmente, otro aspecto positivo es su forma de ver la vida, sobre todo de vivirla. En general, no he encontrado a gente estresada y gran parte de la culpa la tiene lo claro que tienen el concepto de trabajo y de vida social. Los horarios se cumplen a rajatabla, trabajando unas 7 horas diarias, permitiendo de esa forma conciliar la vida laboral con la familiar y con sus aficiones, aspectos estos claves en el bienestar de una persona que a menudo se olvidan en España.
Una vez plasmadas en este discurso mis impresiones sobre el país, me gustaría acercaros un pedacito del que pienso ha sido el mejor viaje de mi vida recorriendo la Isla Sur. Esta Isla Sur esta compuesta por una serie de regiones a modo de piezas de un puzzle las cuales no solo responden a unos límites políticos. Cada pieza tiene un marcado carácter paisajístico y climático, los cuales influencian irreversiblemente también el tipo de gente. Estos contrastes creo que han sido los que me han cautivado, ya que es muy difícil en tan solo 8 días ver Ecosistemas tan diversos y conocer a gente tan distinta. El viaje comenzó en el mismo Wellington ya que coger el ferry para pasar a la Isla Sur cruzando el estrecho de Cook es todo un espectáculo. El primer pueblo que te encuentras en la Isla Sur es el pequeño Picton, pueblo dedicado a los servicios derivados de ser la puerta de entrada de la Isla Sur. De ahí nos dirigimos hacia el oeste, siguiendo la línea de costa hasta llegar a las paradisíacas playas del Parque Nacional de Abel Tasman. De este paraíso norteño, con clima mediterráneo, pasamos a la costa Oeste, donde la belleza de las playas y sus formaciones asociadas compite en espectacularidad con las zonas de montaña donde sin duda sobresalen los glaciares. Esta es una región donde las lluvias sobrepasan en algunos casos los 4000 litros/m2 anuales, dando como resultado una vegetación persistente y exuberante, infinidad de lagos, cascadas… de la costa Oeste y siguiendo nuestro viaje en dirección Polo Sur, pasamos por zonas del rodaje del Señor de los Anillos sitadas entre Wanaka y Queenstown para dormir en esta última ciudad, capital de los deportes de riesgo de Nueva Zelanda. Entre la amplia variedad nos decidimos por tirarnos en paracaídas desde 9000 pies (si bien tengo que decir que reservamos un viaje en helicóptero a los glaciares pero se suspendió por el mal tiempo), las sensaciones y las vistas son indescriptibles. De Queenstown fuimos a otro mundo, creo que el lugar más inhóspito que he visitado en mi vida, Fiordland, cuna del famoso Milford Sound. La verdad es que tuvimos suerte ya que estuvimos en uno de los aproximadamente 50 días al año que no llueve allí, dando un paseo en barco por uno de los fiordos hasta salir al Mar de Tasmania. Allí tuvimos la oportunidad, entre otras cosas, de ver un par de pingüinos minúsculos, así como una impresionante puesta de sol. Dejando este impresionante lugar, cruzamos de nuevo el país, esta vez de Oeste a Este adentrándonos en la sureña región de Otago, la cual (en su zona central) recuerda a esa árida Tejas con ranchos, vaqueros y rodeos, para llegar a una ciudad con un auténtico aire escocés como es Dunedin. Sin separarnos mucho de la costa y conduciendo dirección Norte atravesando la región de Canterbury, llegamos a uno de los últimos puntos de nuestro viaje, Hanmer Spring, lugar donde la actividad geotérmica es bastante evidente, tomando un agradable baño al aire libre en un impresionante complejo de piscinas termales a distintas temperaturas. La última parada antes de llegar de nuevo a Picton fue Kaikoura, lugar donde tuvimos la oportunidad de observar leones marinos y focas, quedando nuestra intención de nadar con ballenas en eso, intención, puesto que las condiciones marítimas no eran las idóneas.
Bueno, espero no haberos aburrido mucho con mis historias durante estos tres meses, las cuales he intentado transmitir de la mejor forma que he podido, más bien que he sabido. El mero hecho de abrir mi blog invirtiendo aunque sea un minuto en ver las cuatro fotos que he colgado, significa mucho para mí. Como dije antes, este blog informal echa el cierre momentáneo a la espera de tener otra oportunidad de contar nuevas historias, sinónimo de que estoy en algún punto del planeta intentando hacer lo que más me gusta en esta vida que es conocer. En fin, rodeado por estas 4 paredes que han sido mi hogar durante algo más de 3 intensos meses y teniendo como testigo al puerto de Wellington que se divisa a través de una gran ventana, me despido envuelto en una mezcla de tristeza por dejar esta tierra que he aprendido a querer, y de alegría por volver a mi España natal y ver de nuevo a la gente que quiero ya que por muy bien que estés en un sitio siempre faltará, como diría Andrés Calamaro, lo más importante
Martín.
sábado, 8 de noviembre de 2008
domingo, 19 de octubre de 2008
CRUZANDO EL CHARCO
Estimad@s tod@s,
La fecha de mi vuelta se acerca (se acaba la tranquilidad para algun@s, jeje) y la verdad es que, como suele pasar en estos casos, cada vez me encuentro más a gusto en este impredecible país, y no solo porque el tiempo sea cada vez mejor (se nota la Primavera), así como el idioma y el conocimiento del país, sino sobre todo porque hago nuevos amigos cada día y porque afianzo las amistades establecidas. Que importante es la amistad, siempre lo he dicho y siempre lo diré, un buen amigo o amiga es algo que siempre está ahí, que no caduca, no perece. Además, es la mejor forma de conocer realidades, no solo personales sino también culturales, comportándose, en el caso de las personas extranjeras, como auténticos escaparates de todo lo relacionado con sus países de origen: política, comida, historia, Medio Ambiente, costumbres… Y es que, en este país, también conocido por mi como Naciones Unidas, confluyen gentes de todos los países del mundo en una casi perfecta armonía (muchos países tendrían que aprender de esta tolerancia y convivencia). De esta manera, ahora tengo amigos repartidos por todo el planeta: Méjico, Brasil, Argentina, Urugay, Chile, prácticamente todos los países de Europa, China, Rusia, Jordania, Irak (sí, conocí un profesor Irakí que se encuentra haciendo unas cosas en Nueva Zelanda en su año sabático. Me quedé con las ganas de conocer de primera mano como es el trabajo de un profesor universitario en un país como Irak ya que no lo he visto mucho), Malasia, Singapur, Australia… la verdad es que esta es la parte que más me llena de todo lo que voy conociendo aquí, dando como resultado un coctel casi perfecto de trabajo, viaje, conocimiento general y amistades.
Estas dos últimas semanas he vivido en la Garden City (Christchurch, o ChCh). Esta ciudad es la más importante de la Isla Sur (300.000 habs, más o menos) y segunda de Nueva Zelanda. Se encuentra enclavada en el inicio de una península que un volcán se encargó de crear, cuyo centro está presidido por la preciosa ciudad de Akaroa, a la cual tuve la oportunidad de acudir la semana pasada, coincidiendo con el Festival Francés. Este festival que se celebra cada año, conmemora la llegada de la primera expedición extranjera a estas tierras, se trataba de marineros franceses y alemanes. De hecho, las calles no son Streets, son Rues y se puede leer las bonitas palabras de Boulangerie o Brasserie, que tantos buenos recuerdos traen a mi mente, dando como resultado un pueblo kiwi pero con un descarado aire francés, apasionante. Me lo pase de escándalo, comiendo crêpes, asistiendo a carreras de caracoles y de camareros así como escuchando a algunas bandas presididas por ese instrumento que directamente relaciono con Francia como es el acordeón. Volviendo a ChCh, la verdad es que es una ciudad bonita (cosa que escasea en NZ, donde lo bonito no está dentro sino fuera de las urbes), muy organizada, con un aire artesanal, con muchos estudiantes y con un ambiente que ya quisieran muchas ciudades para ellas. Mi corta estancia me ha servido, entre otras cosas, para comprobar que la gente del Sur es mucho más abierta y dicharachera que la habitante en la Isla Norte. El indicador utilizado ha sido el número de veces que he salido de juerga con los compañeros de trabajo, un total de 3 en dos semanas, por 0 en Wellington. No quiero decir con esto que las personas sean mejores ni peores, solo diferentes. Gente como la de aquí, en mi trabajo de Wellington, son contadas, aparte de mi adorable jefe del cual solo puedo tener buenas palabras, uno de sus últimos actos fue invitarme a su casa a cenar, previo paseo por una de las zonas donde se rodó El Señor de los Anillos, así como regalarme 6 botellas de mi favorita KiwiCerveza. Hablando de cervezas, el viernes estuve en Dux de Lux, en Christchurch, mejor bar de Nueva Zelanda dicen los entendidos. Bueno, después de haber estado, lo confirmo, hasta me aventuraría a decir que es uno de los mejores del mundo, al menos, en los que yo haya estado. Había un ambiente espectacular (habían como 100 personas en la terraza cuando llegué a pesar de no ser una noche especialmente cálida) y la comida estaba de muerte, pero no es eso por lo que destaca, lo hace por la cerveza. La cerveza la hacen ellos, y tienen 6 tipos¡, de barril, cada cual mejor¡ especialmente una de ginsen que estaba sencillamente espectacular. Han sido dos semanas de trabajo intenso en la Universidad de Lincoln, donde no he parado un solo segundo de aprender, y donde todo el mundo me ha tratado fenomenal, empezando por la persona que me enseñó todo, Lynne. Que mujer más encantadora, me he sentido como en casa con ella ya que me hizo un hueco en su despacho, dejaba siempre su ordenador encendido para que yo mirara Internet, me ha ayudado mucho con los análisis, me ha llevado al campo, de hecho he realizado trabajo de campo con ella, me invitó a comer… Durante este tiempo, he vivido en la misma Universidad, en casas para estancias cortas (pero no de las de quita y pon de la Universidad de Elche), una casa para mí solo, con dos plantas, con forma de barraca, con jardín con césped delante, y con vistas a un inmenso pasto, como no, de ovejas con las cumbres nevadas de los Kiwi Alpes al fondo… en definitiva, ¿qué mas se puede pedir? Creo que nada más, si lo hubiera intentado imaginar, el mejor de los sueños se acercaría bastante a lo real. Como colofón, el sábado me alquilé un coche y me fui a la montaña, pasando de la costa Este a la costa Oeste. Mis palabras para definir lo vivido serían parecidas a las utilizadas en la versión anterior de este “Elegante”, por ello no me voy a repetir, pero si diré que por un momento llegué a pensar que aquello no era cierto, que estaba soñando, vigilia causada por una sobredosis de estímulos: cumbres nevadas, glaciares, rios, vegetación exuberante pero también discreta, carreteras que miraban al cielo, loros enormes, conejos, pastos con todo tipo de animales, lagos… la única lástima es que estaba nublado, pero me vuelvo a quedar con ese momento cuando me acerco a la costa y de repente, como por arte de magia, se abre el cielo, el sol brilla con fuerza y vuelve a aparecer ante mis ojos el océano Pacífico. Por cierto, en este viaje, en el cual iba solo, conocí a tres chicos sudamericanos (Chile, Argentina y Uruguay). El caso es que vi un coche parado y tres chicos intentando solventar un problema, paré y me comentaron el tema. A todo esto no había cobertura, y los pueblos escasean en esa zona de montaña (Arthur’s Pass), por lo que realmente necesitas la ayuda de alguien que pare. Recorrimos cerca de dos horas (tiempo durante el cual repasamos el pasado, presente y futuro de Sudamérica y de España) hasta llegar a un pueblo costero y poder comprar una batería (la antigua sencillamente falleció). Volvimos y conseguimos solventar el problema y de paso conocer a tres auténticos fenómenos a los cuales tendré la oportunidad de volver a ver cuando venga al Sur de nuevo de vacaciones, y quien sabe si en Sudamérica cuando por fin vaya, pues es uno de mis sueños.
En fin, ya estoy de vuelta en Wellington, el tiempo ha pasado y no me he dado cuenta, y ya estoy casi acabando, ya que salgo el 10 de Noviembre, dos días después de las elecciones, donde la actual Primera Ministra, Helen Clark (Labour), creo que va a tener que ceder su puesto a John Key (National). El lunes de la semana próxima, viene un buen amigo de España y nos embarcamos de nuevo en el Interislander, para cruzar el charco, con la intención de explorar cada rincón de la Isla Sur. Serán 9 días, que se me antojan cortos, ante lo mucho que ofrece la Isla Sur, tengo tantas cosas en mente que creo que no podremos completarlas todas, aunque se intentará. Entre ellas está la visita a una bodega de vinos biodinámicos (es una especie de agricultura ecológica que fundamenta su base en los ciclos lunares) donde trabaja una amiga holandesa, probar varias actividades como son el Zorbing (tirarnos rodando ladera abajo en una bola), montar en globo o puenting, ir a Fiordland (cuna del que dicen, es el sitio más espectacular de Nueva Zelanda, llamado Milford Sound), visitar zonas de la Isla Sur donde se rodó el Señor de los Anillos, Parque Nacional de Abel Tasman, comer mejillones en Havelock, visitar la Universitaria ciudad de Dunedin así como su fábrica de cerveza, bucear con delfines y ver ballenas y pingüinos en Kaikoura, ver el glaciar de Frank Josef, visitar el techo de NZ (Mountain Cook, 3754m) y un largo etcétera de posibilidades que este apasionante país ofrece al curioso visitor. Termino de esta manera mi “Elegante” emplazando a vosotros, lectores, a la última versión del mismo donde contaré lo vivido en este apasionante viaje así como mis reflexiones sobre esta mi estancia, la que ya califico de antemano como incalificable.
Ser felices, Martín.
La fecha de mi vuelta se acerca (se acaba la tranquilidad para algun@s, jeje) y la verdad es que, como suele pasar en estos casos, cada vez me encuentro más a gusto en este impredecible país, y no solo porque el tiempo sea cada vez mejor (se nota la Primavera), así como el idioma y el conocimiento del país, sino sobre todo porque hago nuevos amigos cada día y porque afianzo las amistades establecidas. Que importante es la amistad, siempre lo he dicho y siempre lo diré, un buen amigo o amiga es algo que siempre está ahí, que no caduca, no perece. Además, es la mejor forma de conocer realidades, no solo personales sino también culturales, comportándose, en el caso de las personas extranjeras, como auténticos escaparates de todo lo relacionado con sus países de origen: política, comida, historia, Medio Ambiente, costumbres… Y es que, en este país, también conocido por mi como Naciones Unidas, confluyen gentes de todos los países del mundo en una casi perfecta armonía (muchos países tendrían que aprender de esta tolerancia y convivencia). De esta manera, ahora tengo amigos repartidos por todo el planeta: Méjico, Brasil, Argentina, Urugay, Chile, prácticamente todos los países de Europa, China, Rusia, Jordania, Irak (sí, conocí un profesor Irakí que se encuentra haciendo unas cosas en Nueva Zelanda en su año sabático. Me quedé con las ganas de conocer de primera mano como es el trabajo de un profesor universitario en un país como Irak ya que no lo he visto mucho), Malasia, Singapur, Australia… la verdad es que esta es la parte que más me llena de todo lo que voy conociendo aquí, dando como resultado un coctel casi perfecto de trabajo, viaje, conocimiento general y amistades.
Estas dos últimas semanas he vivido en la Garden City (Christchurch, o ChCh). Esta ciudad es la más importante de la Isla Sur (300.000 habs, más o menos) y segunda de Nueva Zelanda. Se encuentra enclavada en el inicio de una península que un volcán se encargó de crear, cuyo centro está presidido por la preciosa ciudad de Akaroa, a la cual tuve la oportunidad de acudir la semana pasada, coincidiendo con el Festival Francés. Este festival que se celebra cada año, conmemora la llegada de la primera expedición extranjera a estas tierras, se trataba de marineros franceses y alemanes. De hecho, las calles no son Streets, son Rues y se puede leer las bonitas palabras de Boulangerie o Brasserie, que tantos buenos recuerdos traen a mi mente, dando como resultado un pueblo kiwi pero con un descarado aire francés, apasionante. Me lo pase de escándalo, comiendo crêpes, asistiendo a carreras de caracoles y de camareros así como escuchando a algunas bandas presididas por ese instrumento que directamente relaciono con Francia como es el acordeón. Volviendo a ChCh, la verdad es que es una ciudad bonita (cosa que escasea en NZ, donde lo bonito no está dentro sino fuera de las urbes), muy organizada, con un aire artesanal, con muchos estudiantes y con un ambiente que ya quisieran muchas ciudades para ellas. Mi corta estancia me ha servido, entre otras cosas, para comprobar que la gente del Sur es mucho más abierta y dicharachera que la habitante en la Isla Norte. El indicador utilizado ha sido el número de veces que he salido de juerga con los compañeros de trabajo, un total de 3 en dos semanas, por 0 en Wellington. No quiero decir con esto que las personas sean mejores ni peores, solo diferentes. Gente como la de aquí, en mi trabajo de Wellington, son contadas, aparte de mi adorable jefe del cual solo puedo tener buenas palabras, uno de sus últimos actos fue invitarme a su casa a cenar, previo paseo por una de las zonas donde se rodó El Señor de los Anillos, así como regalarme 6 botellas de mi favorita KiwiCerveza. Hablando de cervezas, el viernes estuve en Dux de Lux, en Christchurch, mejor bar de Nueva Zelanda dicen los entendidos. Bueno, después de haber estado, lo confirmo, hasta me aventuraría a decir que es uno de los mejores del mundo, al menos, en los que yo haya estado. Había un ambiente espectacular (habían como 100 personas en la terraza cuando llegué a pesar de no ser una noche especialmente cálida) y la comida estaba de muerte, pero no es eso por lo que destaca, lo hace por la cerveza. La cerveza la hacen ellos, y tienen 6 tipos¡, de barril, cada cual mejor¡ especialmente una de ginsen que estaba sencillamente espectacular. Han sido dos semanas de trabajo intenso en la Universidad de Lincoln, donde no he parado un solo segundo de aprender, y donde todo el mundo me ha tratado fenomenal, empezando por la persona que me enseñó todo, Lynne. Que mujer más encantadora, me he sentido como en casa con ella ya que me hizo un hueco en su despacho, dejaba siempre su ordenador encendido para que yo mirara Internet, me ha ayudado mucho con los análisis, me ha llevado al campo, de hecho he realizado trabajo de campo con ella, me invitó a comer… Durante este tiempo, he vivido en la misma Universidad, en casas para estancias cortas (pero no de las de quita y pon de la Universidad de Elche), una casa para mí solo, con dos plantas, con forma de barraca, con jardín con césped delante, y con vistas a un inmenso pasto, como no, de ovejas con las cumbres nevadas de los Kiwi Alpes al fondo… en definitiva, ¿qué mas se puede pedir? Creo que nada más, si lo hubiera intentado imaginar, el mejor de los sueños se acercaría bastante a lo real. Como colofón, el sábado me alquilé un coche y me fui a la montaña, pasando de la costa Este a la costa Oeste. Mis palabras para definir lo vivido serían parecidas a las utilizadas en la versión anterior de este “Elegante”, por ello no me voy a repetir, pero si diré que por un momento llegué a pensar que aquello no era cierto, que estaba soñando, vigilia causada por una sobredosis de estímulos: cumbres nevadas, glaciares, rios, vegetación exuberante pero también discreta, carreteras que miraban al cielo, loros enormes, conejos, pastos con todo tipo de animales, lagos… la única lástima es que estaba nublado, pero me vuelvo a quedar con ese momento cuando me acerco a la costa y de repente, como por arte de magia, se abre el cielo, el sol brilla con fuerza y vuelve a aparecer ante mis ojos el océano Pacífico. Por cierto, en este viaje, en el cual iba solo, conocí a tres chicos sudamericanos (Chile, Argentina y Uruguay). El caso es que vi un coche parado y tres chicos intentando solventar un problema, paré y me comentaron el tema. A todo esto no había cobertura, y los pueblos escasean en esa zona de montaña (Arthur’s Pass), por lo que realmente necesitas la ayuda de alguien que pare. Recorrimos cerca de dos horas (tiempo durante el cual repasamos el pasado, presente y futuro de Sudamérica y de España) hasta llegar a un pueblo costero y poder comprar una batería (la antigua sencillamente falleció). Volvimos y conseguimos solventar el problema y de paso conocer a tres auténticos fenómenos a los cuales tendré la oportunidad de volver a ver cuando venga al Sur de nuevo de vacaciones, y quien sabe si en Sudamérica cuando por fin vaya, pues es uno de mis sueños.
En fin, ya estoy de vuelta en Wellington, el tiempo ha pasado y no me he dado cuenta, y ya estoy casi acabando, ya que salgo el 10 de Noviembre, dos días después de las elecciones, donde la actual Primera Ministra, Helen Clark (Labour), creo que va a tener que ceder su puesto a John Key (National). El lunes de la semana próxima, viene un buen amigo de España y nos embarcamos de nuevo en el Interislander, para cruzar el charco, con la intención de explorar cada rincón de la Isla Sur. Serán 9 días, que se me antojan cortos, ante lo mucho que ofrece la Isla Sur, tengo tantas cosas en mente que creo que no podremos completarlas todas, aunque se intentará. Entre ellas está la visita a una bodega de vinos biodinámicos (es una especie de agricultura ecológica que fundamenta su base en los ciclos lunares) donde trabaja una amiga holandesa, probar varias actividades como son el Zorbing (tirarnos rodando ladera abajo en una bola), montar en globo o puenting, ir a Fiordland (cuna del que dicen, es el sitio más espectacular de Nueva Zelanda, llamado Milford Sound), visitar zonas de la Isla Sur donde se rodó el Señor de los Anillos, Parque Nacional de Abel Tasman, comer mejillones en Havelock, visitar la Universitaria ciudad de Dunedin así como su fábrica de cerveza, bucear con delfines y ver ballenas y pingüinos en Kaikoura, ver el glaciar de Frank Josef, visitar el techo de NZ (Mountain Cook, 3754m) y un largo etcétera de posibilidades que este apasionante país ofrece al curioso visitor. Termino de esta manera mi “Elegante” emplazando a vosotros, lectores, a la última versión del mismo donde contaré lo vivido en este apasionante viaje así como mis reflexiones sobre esta mi estancia, la que ya califico de antemano como incalificable.
Ser felices, Martín.
martes, 30 de septiembre de 2008
Nueva Zelanda: un país de contrastes
Para no faltar con mi cita puntual con la verdad, no se muy bien por donde empezar pues es tanto lo que quiero transmitir que fallo en el intento. Bueno, haré lo que pueda desde esta ventana discreta, la cual abro de cuando en cuando para acercaros un poquito de mis vivencias. Como comenté en un pasado no muy lejano, este fin de semana ponía rumbo zona central de la Isla Norte. Para ello alquilé un coche (la verdad es que aquí sin coche haces poco, ya que las ciudades son meros dormitorios excepto algunas excepciones como Wellington y para llegar a los sitios interesantes la verdad es que lo necesitas), lo cual supuso la primera novedad, papeles cambiados, todo a la izquierda. No me costó tanto el hecho de ir siempre por mi siniestra como acostumbrarme a tener el cambio de marchas en ese mismo lado, o los intermitentes también en el lado cambiado (la primera hora estuve cambiando de carril accionando el limpiaparabrisas, jaja). El destino era Rotorua, previo paso por Taupo. Bueno, lo primero que hay que decir, es que estamos en una zona donde la actividad geotérmica es más que evidente, conformando una de las zonas más activas del mundo, fruto del roce (el cual hace el cariño) entre las placas Pacífica e Indo-Australia, por ello no es raro sentir pequeños terremotos y encontrar volcanes así como todo tipo de manifestaciones y de testigos que de ellos se derivan.
Como siempre aquí en NZ, los pastos se sucedían sin descanso, donde las ovejas a pesar de ser la especie dominante, dejaban hueco a las vacas, incluso a caballos. Tampoco resultaba raro encontrar campos de golf (de los que no se riegan) donde las ovejas hacían las veces de banderines móviles. Entre los pastos, de vez en cuando se atravesaba algún denso bosque, donde el sol echaba horas extras para llegar a la superficie. Toda esta carrera de relevos entre pastos, zonas agrícolas y bosques la rompió bruscamente los límites del Tongariro National Park con su imponente y muchas veces cerrada al tráfico Desert Road. Hasta este punto, la abundante lluvia media dejaba al verde como auténtico protagonista, sin embargo, la carretera del desierto abría un amplio abanico de grises y marrones, culminado por el blanco de las cumbres que forman parte del PN. Los paisajes me recordaban a mi querida sureña Almería, con una especie de esparto como prácticamente único testigo vegetal así como lomas desnudas y desprotegidas, el espectáculo era majestuoso, sobre todo por la magnitud del cambio en la corta distancia, siendo esta una de las señas de identidad de este país: los cambios, los contrastes, la diversidad. Como si de una carrera de relevos se tratara, los verdes de la vegetación y los azules de ríos, lagos y charcas volvían a ser nota predominante una vez atravesada la carretera del desierto. Taupo nos recibió con el lago que lleva su nombre (lago más grande de NZ), bordeado por una serpenteante carretera donde las paradas eran más que obligatorias. Desde Taupo a Rotorua, tuve la oportunidad de ver cosas preciosas, pero lo que sin duda mas me sorprendió fue la impresionante actividad volcánica, presente en cada rincón de esta región. Fruto de esta actividad hay un permanente olor a huevo a podrido, cuyo responsable es el ácido sulfhídrico que emana de los innumerables cráteres y fumarolas que salpican la zona. La primera vez que se presentaron ante mis ojos las emanaciones, pensaba que estaba ante un incendio, pero no, todo formaba de la actividad interior presente, y de que manera, en el exterior. Para ver todo esto de cerca, nos acercamos a Wai-o-Tapu (sur de Rotorua), donde tuve la oportunidad de ver con mis ojos todo lo que has leído en los libros pero que nunca has tenido la oportunidad de presenciar, el espectáculo era fascinante: geisers, lodos y aguas ebullescentes, nubes de vapor por todos lados, infinidad de colores dados por los distintos minerales aflorados en superficie… en definitiva, un deleite para los sentidos. Para finalizar mi estancia en Rotorua, fui a unos baños al aire libre con piscinas a distintas temperaturas desde los 35 a 40 grados, una gozada, si bien, el cambio de una piscina a otra era duro pues hacia viento y estaba nublado, que vida mas complicada esta.
La vuelta la hicimos por otro sitio, por recomendación de los lugareños, pudiendo realizarse un símil con el trayecto de Hécula a Elche, el cual se puede hacer por Villena o bien por Pinoso, con una pequeña diferencia horaria, pues tardé 7 horas en llegar a Wellington, las cuales se me pasaron sin darme cuenta. Pues bien, este trayecto de vuelta fue igual o mas espectacular que el de ida, con paisajes agrícolas y pastos interminables y perfectos, que bien valen una postal, o mejor, un cuadro., mezclados con bosques exuberantes, casas idílicas, ríos, lagos… lo mejor fue cuando sin previo aviso aparece ante mi el inmenso Océano Pacífico, pero es que giro mi cabeza hacia la izquierda y se levanta ante mi el Mt Taranaki (volcán perfecto, típica montaña que todos hemos dibujado de pequeño, con su cumbre nevada) que la tierra se había encargado de introducir aguas adentro por medio de una península. Toda esta decoración se encontraba iluminada por un sol un sol radiante, con una luminosidad e intensidad desconocida para mi... la situación hizo que me quedara un par de minutos sin reacción, tan solo la de observar el fastuoso espectáculo.
En fin, que no os aburro más con mis historias. He resumido tanto como he podido, intentando transmitir, aunque sea imposible, parte de lo que he sentido este fin de semana, para lo cual las fotos me van a ser de gran ayuda. De lo que estoy seguro es de que esto es lo más bonito que he visto en mi vida, y que nunca pasara al olvido, puesto que los recuerdos son imborrables, y mas estos, que son de aquellos que dejan huella.
Como siempre aquí en NZ, los pastos se sucedían sin descanso, donde las ovejas a pesar de ser la especie dominante, dejaban hueco a las vacas, incluso a caballos. Tampoco resultaba raro encontrar campos de golf (de los que no se riegan) donde las ovejas hacían las veces de banderines móviles. Entre los pastos, de vez en cuando se atravesaba algún denso bosque, donde el sol echaba horas extras para llegar a la superficie. Toda esta carrera de relevos entre pastos, zonas agrícolas y bosques la rompió bruscamente los límites del Tongariro National Park con su imponente y muchas veces cerrada al tráfico Desert Road. Hasta este punto, la abundante lluvia media dejaba al verde como auténtico protagonista, sin embargo, la carretera del desierto abría un amplio abanico de grises y marrones, culminado por el blanco de las cumbres que forman parte del PN. Los paisajes me recordaban a mi querida sureña Almería, con una especie de esparto como prácticamente único testigo vegetal así como lomas desnudas y desprotegidas, el espectáculo era majestuoso, sobre todo por la magnitud del cambio en la corta distancia, siendo esta una de las señas de identidad de este país: los cambios, los contrastes, la diversidad. Como si de una carrera de relevos se tratara, los verdes de la vegetación y los azules de ríos, lagos y charcas volvían a ser nota predominante una vez atravesada la carretera del desierto. Taupo nos recibió con el lago que lleva su nombre (lago más grande de NZ), bordeado por una serpenteante carretera donde las paradas eran más que obligatorias. Desde Taupo a Rotorua, tuve la oportunidad de ver cosas preciosas, pero lo que sin duda mas me sorprendió fue la impresionante actividad volcánica, presente en cada rincón de esta región. Fruto de esta actividad hay un permanente olor a huevo a podrido, cuyo responsable es el ácido sulfhídrico que emana de los innumerables cráteres y fumarolas que salpican la zona. La primera vez que se presentaron ante mis ojos las emanaciones, pensaba que estaba ante un incendio, pero no, todo formaba de la actividad interior presente, y de que manera, en el exterior. Para ver todo esto de cerca, nos acercamos a Wai-o-Tapu (sur de Rotorua), donde tuve la oportunidad de ver con mis ojos todo lo que has leído en los libros pero que nunca has tenido la oportunidad de presenciar, el espectáculo era fascinante: geisers, lodos y aguas ebullescentes, nubes de vapor por todos lados, infinidad de colores dados por los distintos minerales aflorados en superficie… en definitiva, un deleite para los sentidos. Para finalizar mi estancia en Rotorua, fui a unos baños al aire libre con piscinas a distintas temperaturas desde los 35 a 40 grados, una gozada, si bien, el cambio de una piscina a otra era duro pues hacia viento y estaba nublado, que vida mas complicada esta.
La vuelta la hicimos por otro sitio, por recomendación de los lugareños, pudiendo realizarse un símil con el trayecto de Hécula a Elche, el cual se puede hacer por Villena o bien por Pinoso, con una pequeña diferencia horaria, pues tardé 7 horas en llegar a Wellington, las cuales se me pasaron sin darme cuenta. Pues bien, este trayecto de vuelta fue igual o mas espectacular que el de ida, con paisajes agrícolas y pastos interminables y perfectos, que bien valen una postal, o mejor, un cuadro., mezclados con bosques exuberantes, casas idílicas, ríos, lagos… lo mejor fue cuando sin previo aviso aparece ante mi el inmenso Océano Pacífico, pero es que giro mi cabeza hacia la izquierda y se levanta ante mi el Mt Taranaki (volcán perfecto, típica montaña que todos hemos dibujado de pequeño, con su cumbre nevada) que la tierra se había encargado de introducir aguas adentro por medio de una península. Toda esta decoración se encontraba iluminada por un sol un sol radiante, con una luminosidad e intensidad desconocida para mi... la situación hizo que me quedara un par de minutos sin reacción, tan solo la de observar el fastuoso espectáculo.
En fin, que no os aburro más con mis historias. He resumido tanto como he podido, intentando transmitir, aunque sea imposible, parte de lo que he sentido este fin de semana, para lo cual las fotos me van a ser de gran ayuda. De lo que estoy seguro es de que esto es lo más bonito que he visto en mi vida, y que nunca pasara al olvido, puesto que los recuerdos son imborrables, y mas estos, que son de aquellos que dejan huella.
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