Llueve en Adelaida, quién lo diría hace menos de una semana cuando esta
zona del país ardía asolada por los incendios. La naturaleza es así, dinámica,
en constante cambio. Como consecuencia, la vida en la misma siempre tiende a la
vida, no hay más que dejarla y en cuestión de días, a veces horas, nos lo
demuestra. No hay más que observar las laboriosas telas de araña, hormigueros,
plantas… las cuales se recuperan, muchas veces en tiempo record, ante las
amenazas más severas. La lluvia hace que los ciclos comiencen de nuevo y
establece las conexiones necesarias para ello. En esta fase de mi vida, la
lluvia hace que me remonte a mi infancia, a mi pueblo, imagino tardes de salir
al monte, de botas de goma, tardes de mirar por la ventana hasta comprobar que
la lluvia había parado. Ir al monte es sinónimo de paz, de tranquilidad, de
oler a tierra mojada y, por qué no, de mojarse con ella. La lluvia siempre me
ha dado tranquilidad, y creo que es precisamente por ello por lo que disfruto
tanto de ella. Mientras esperaba a que pasara la nube, aprovechaba para
escribir, para leer o, simplemente, observar. Precisamente lo que hago ahora,
aprovechando también el fresquito que el agua lleva consigo.
La lluvia me ha hecho escribir y retroceder hasta el momento en el que
llegué aquí. Ya han pasado casi 3 años y medio, parece cercano, pero la realidad
te dice que no es así. En este tiempo he notado como he crecido, como me he
desarrollado como emigrante en un país nuevo donde, como no puede ser de otra
forma, comienzas de cero. En este tiempo te da tiempo a revisar tus modales, tu
forma de ser, tu grado de respeto. Te analizas a ti mismo y, de la misma
manera, la forma de pensar y de actuar de gentes venidas de todos los lugares,
incluyendo muchos que apenas conocía. Creo que el hecho de hablar en otro
idioma que no es el tuyo te hace analizar más las cosas. Esto es una teoría
personal, no probada en otros, pero si experimentada en mí cuando he tenido la
oportunidad de pasar tiempo en países donde no he hablado mi lengua materna. Durante
este periodo me ha dado tiempo de pensar en muchas cosas, entre ellas en el
funcionamiento de los países, así como sobre sus diferencias y similitudes. A
veces resulta difícil imaginarse cómo funciona un país, nos resulta un
ejercicio bastante complejo debido al gran número de interacciones que se
suceden en el tiempo. Sin embargo, a mi me gusta imaginármelo como una familia,
como una gran familia. Todos entendemos cómo funciona una familia, por lo que
podemos entender cómo funcionan los países.
Por ejemplo, si una familia gasta más de lo que tiene se endeuda, lo
cual le genera problemas pues ya no depende de sí misma y se ha de preocupar
por pagar esa deuda. Exactamente igual les pasa a los países, que si se
endeudan comienzan a depender de otros, lo cual es el origen de muchos de sus
problemas. El hecho de pensar sobre países y sus relaciones no responde sólo a
un interés personal, sino también a la realidad que se vive en Australia, que
resulta ser el país más multicultural del mundo. Además, Australia fue una
colonia, de esta manera subordinada a otro país como fue Inglaterra, lo cual ha
marcado su devenir. Finalmente, y por su situación geográfica, Australia se
encuentra aislada, es un país unitario, no forma parte de un conjunto de países
o estados que se apoyan unos a otros como es el caso de los Estados Unidos o
Europa. Es por ello que, a menudo, los australianos establecen alianzas
comerciales, educacionales, culturales, etc., con otros países, pues es la
forma de ser más fuertes y resistentes ante posibles amenazas.
Hay muchas cosas de las que me siento orgulloso durante mi periplo en Australia. Sin embargo, destacaría una de ellas por encima de las demás y es el hecho de conocer a gente de distintas culturas ya que es el que más me ha hecho crecer, ganando en tolerancia y en alternativas y formas de vivir y ver la vida. En realidad nos movemos por lo mismo, da igual de donde vengamos, sólo lo expresamos o procesamos de forma distinta. El motor de nuestras vidas es la ilusión, sin ilusión no hay vida, siempre hay que tener ilusión y luchar por ella. La forma de conseguirla es a través de la voluntad, fuerza humana indomable e inagotable que tiene como combustible a la primera. La ilusión es un combustible renovable, pero no del todo ecológico pues contamina. Nos contamínanos de gente que irradia ilusión, cierto es que para ello nos tenemos que dejar contaminar.
Durante mi andadura en este país también he notado que aporto algo a este
país, poquita cosa, pero lo suficiente como para sentirme orgulloso. Como aquí
gusta mucho decir, noto que aporto algo a la comunidad (palabra esta que, según
mi percepción personal, considero la más utilizada). Suena a tópico, pero es la
suma de las pequeñas aportaciones, y el respeto a las de los de demás, lo que
hace que las cosas, los países, funcionen.
Así me siento, gota a gota llenando ese vaso de vivencias que es la vida.
Tienen razón los que dicen que cada época de la vida es para una cosa, pero carecen
de ella los que defienden que estas épocas están predefinidas. Lo importante es
hacer en cada momento lo que uno sienta, no dejando para otro lo que se puede
hacer en este preciso. Los momentos nunca se repiten, nunca son iguales, forman
parte del presente, el cual pasa rápido a ser pasto del pasado. El futuro está
por venir, si bien, y como no puede ser de otra forma, es incierto. Esperando
con ilusión que este llegue no quiero por más que disfrutar al máximo de lo que
estoy viviendo ahora.
Martín.