sábado, 14 de febrero de 2015
Gota a gota
Llueve en Adelaida, quién lo diría hace menos de una semana cuando esta
zona del país ardía asolada por los incendios. La naturaleza es así, dinámica,
en constante cambio. Como consecuencia, la vida en la misma siempre tiende a la
vida, no hay más que dejarla y en cuestión de días, a veces horas, nos lo
demuestra. No hay más que observar las laboriosas telas de araña, hormigueros,
plantas… las cuales se recuperan, muchas veces en tiempo record, ante las
amenazas más severas. La lluvia hace que los ciclos comiencen de nuevo y
establece las conexiones necesarias para ello. En esta fase de mi vida, la
lluvia hace que me remonte a mi infancia, a mi pueblo, imagino tardes de salir
al monte, de botas de goma, tardes de mirar por la ventana hasta comprobar que
la lluvia había parado. Ir al monte es sinónimo de paz, de tranquilidad, de
oler a tierra mojada y, por qué no, de mojarse con ella. La lluvia siempre me
ha dado tranquilidad, y creo que es precisamente por ello por lo que disfruto
tanto de ella. Mientras esperaba a que pasara la nube, aprovechaba para
escribir, para leer o, simplemente, observar. Precisamente lo que hago ahora,
aprovechando también el fresquito que el agua lleva consigo.
La lluvia me ha hecho escribir y retroceder hasta el momento en el que
llegué aquí. Ya han pasado casi 3 años y medio, parece cercano, pero la realidad
te dice que no es así. En este tiempo he notado como he crecido, como me he
desarrollado como emigrante en un país nuevo donde, como no puede ser de otra
forma, comienzas de cero. En este tiempo te da tiempo a revisar tus modales, tu
forma de ser, tu grado de respeto. Te analizas a ti mismo y, de la misma
manera, la forma de pensar y de actuar de gentes venidas de todos los lugares,
incluyendo muchos que apenas conocía. Creo que el hecho de hablar en otro
idioma que no es el tuyo te hace analizar más las cosas. Esto es una teoría
personal, no probada en otros, pero si experimentada en mí cuando he tenido la
oportunidad de pasar tiempo en países donde no he hablado mi lengua materna. Durante
este periodo me ha dado tiempo de pensar en muchas cosas, entre ellas en el
funcionamiento de los países, así como sobre sus diferencias y similitudes. A
veces resulta difícil imaginarse cómo funciona un país, nos resulta un
ejercicio bastante complejo debido al gran número de interacciones que se
suceden en el tiempo. Sin embargo, a mi me gusta imaginármelo como una familia,
como una gran familia. Todos entendemos cómo funciona una familia, por lo que
podemos entender cómo funcionan los países.
Por ejemplo, si una familia gasta más de lo que tiene se endeuda, lo
cual le genera problemas pues ya no depende de sí misma y se ha de preocupar
por pagar esa deuda. Exactamente igual les pasa a los países, que si se
endeudan comienzan a depender de otros, lo cual es el origen de muchos de sus
problemas. El hecho de pensar sobre países y sus relaciones no responde sólo a
un interés personal, sino también a la realidad que se vive en Australia, que
resulta ser el país más multicultural del mundo. Además, Australia fue una
colonia, de esta manera subordinada a otro país como fue Inglaterra, lo cual ha
marcado su devenir. Finalmente, y por su situación geográfica, Australia se
encuentra aislada, es un país unitario, no forma parte de un conjunto de países
o estados que se apoyan unos a otros como es el caso de los Estados Unidos o
Europa. Es por ello que, a menudo, los australianos establecen alianzas
comerciales, educacionales, culturales, etc., con otros países, pues es la
forma de ser más fuertes y resistentes ante posibles amenazas.
Hay muchas cosas de las que me siento orgulloso durante mi periplo en Australia. Sin embargo, destacaría una de ellas por encima de las demás y es el hecho de conocer a gente de distintas culturas ya que es el que más me ha hecho crecer, ganando en tolerancia y en alternativas y formas de vivir y ver la vida. En realidad nos movemos por lo mismo, da igual de donde vengamos, sólo lo expresamos o procesamos de forma distinta. El motor de nuestras vidas es la ilusión, sin ilusión no hay vida, siempre hay que tener ilusión y luchar por ella. La forma de conseguirla es a través de la voluntad, fuerza humana indomable e inagotable que tiene como combustible a la primera. La ilusión es un combustible renovable, pero no del todo ecológico pues contamina. Nos contamínanos de gente que irradia ilusión, cierto es que para ello nos tenemos que dejar contaminar.
Durante mi andadura en este país también he notado que aporto algo a este
país, poquita cosa, pero lo suficiente como para sentirme orgulloso. Como aquí
gusta mucho decir, noto que aporto algo a la comunidad (palabra esta que, según
mi percepción personal, considero la más utilizada). Suena a tópico, pero es la
suma de las pequeñas aportaciones, y el respeto a las de los de demás, lo que
hace que las cosas, los países, funcionen.
Así me siento, gota a gota llenando ese vaso de vivencias que es la vida.
Tienen razón los que dicen que cada época de la vida es para una cosa, pero carecen
de ella los que defienden que estas épocas están predefinidas. Lo importante es
hacer en cada momento lo que uno sienta, no dejando para otro lo que se puede
hacer en este preciso. Los momentos nunca se repiten, nunca son iguales, forman
parte del presente, el cual pasa rápido a ser pasto del pasado. El futuro está
por venir, si bien, y como no puede ser de otra forma, es incierto. Esperando
con ilusión que este llegue no quiero por más que disfrutar al máximo de lo que
estoy viviendo ahora.
Martín.
domingo, 13 de julio de 2014
El poder de la gente
Volví a Europa, pero
de manera esporádica. Visité varios de los países que la conforman: Suiza,
España, Inglaterra, Escocia e Irlanda. ¿Los motivos? La verdad es que me
sobraban, y fueron bien diferentes. Comencé en Basilea, lugar al que acudí para
asistir a un congreso. Aun confundido por el jet lag, la ciudad me sorprendió
con su trato preferente al ciclista y al peatón, algo tan caro de ver en este
mundo de prioridades invertidas. Resulta muy gratificante y lógico el hecho de
hacer acto de presencia en una intersección con una bicicleta que podía tener
más años que yo y que los coches se pararan bastante sin ni siquiera llegar a
inquietarte. También me gustó su ubicación geográfica, a caballo entre Francia
y Alemania, de hecho no es difícil estar en 3 países en la misma tarde
valiéndote solamente de una bicicleta. Supongo que los lugareños estarán
acostumbrados, pero no es el caso del servidor, y más después de vivir en
Australia donde tienes que recorrer grandes distancias para asomarte a otro
país. Del orden y el frío pasé a la espontaneidad y el calor de una Comunidad
Valenciana que me recibió con unos más que agradables 26 grados y con una brisa
marina que me trajo a mi mente los más gratos recuerdos. Del desayuno en una
terraza del Raval ilicitano pasé al fresco de ese Mar Mediterráneo en proceso
de atemperarse. No tardé en llegar a mi pueblo, donde la desaparición del sol
me recordaba los rigores climáticos de la zona en la que me encontraba (el
Altiplano). Esta fue la estancia del intercambio, de ideas y de vivencias a
través de los múltiples encuentros con mis seres queridos. La sensación que me
llevo es difícil de expresar, de hecho he esperado un tiempo para poder
ordenarme mis ideas, las cuales aun revolotean en mi mente. Me refiero en este
caso a la situación política, económica y social que España ha vivido durante
los, ya largos. Últimos 6 años y que no puedo obviar. Nos cuentan aquellos que
dicen representarnos que estamos mejorando, que ya se ven los brotes verdes.
Pues bien, mi impresión es que el citado brote apenas asoma desde el suelo, nos
mienten pues, bueno, no nos dicen la verdad. Es cierto que estamos mejor que
antes en términos macroeconómicos, básicamente porque peor es bastante difícil
estar. Una vez que se toca fondo no se puede llegar más abajo. Sin embargo, esa
mejora no le llega al ciudadano de a pie, los beneficios se lo llevan los de
siempre: las grandes empresas y los bancos, siempre amparados por los políticos
de turno. Esta crisis ha supuesto en un recorte brutal en los derechos
laborales y sociales de los trabajadores, derechos que costarán mucho en ser
recuperados. La brecha social (diferencia entre los ingresos de los más ricos y
los más pobres) se acrecenta a pasos agigantados. Por no hablar del estado de
la educación, investigación, medio ambiente y cultura, los cuales se están
viendo relegados a un más que discreto segundo plano cuando deberían ser los
auténticos protagonistas del desarrollo del país y del tan ansiado cambio.
Dicho lo cual, también percibí una vertiente positiva, la de la gente, la de
las personas individuales que hacen lo posible por salir adelante. Ya lo tenía
claro pero esta crisis está demostrando lo capacitada que está la sociedad
española. Lo veo en España y lo veo fuera de ella, donde siempre encuentro
españoles altamente cualificados y que no tienen que envidiar a nadie. Además,
creo que es una sociedad tolerante y madura. Me gustaría saber lo que pasaría
en otros países con un 25% de paro. También estoy volviendo a ver muchos
movimientos asociativos y colectivos que habían desaparecido con los años de
bonanza. Me refiero a cooperativas de consumo, a un sinfín de asociaciones, a
sistemas para compartir vehículo… Del mismo, modo observo cómo, en muchos
lugares, se ha vuelto a las labores tradicionales (coser, cultivar, trenzar,
conservar…) entendidas como formas de ganarse la vida. Esta vertiente positiva
me llena de esperanza puesto que es, precisamente, en la que más creo. Me
refiero al poder que tiene la gente, al poder de la suma de los esfuerzos
individuales, el colectivo. El problema es que nos han ido limando poco a poco
esa idea de que la unión hace la fuerza, apostando por una sociedad individualista
y egoísta situando al dinero en la base. Creo que es el momento de volver a
conectarnos y volver a creer en nosotros ya que, como he dicho, nos sobran los
motivos para creer.
Atrás quedó España,
de la cual me marché triste pero esperanzado. Me dirigí a Escocia, en concreto
a Aberdeen. Sin embargo, en el camino hice escala en Manchester para visitar a
mi primo que, junto con su esposa e hija, viven allí desde hace un tiempo.
Apenas estuve un día y medio pero me llevé una muy grata sensación, al menos del
suburbio donde residí, el sureño suburbio de Didsbury. El colofón lo puso
nuestra visita a un Bar de Tapas con solera ya en la escena de Manchester,
hablo del Bar San Juan, regentado por Juanjo, un Yeclano ilustre. Aun
digiriendo las patatas con mojo, tome rumbo a Aberdeen. De nuevo, estuve apenas
2 días, tiempo que aproveché para visitar el centro de investigación James
Hutton. La ciudad es gris, como el granito de sus alrededores, pero el entorno
y la gente son fabulosos, de hecho no debe pasar mucho tiempo hasta que vuelva.
De nuevo me embarque en un avión, esta vez rumbo a Dublín. Ya había estado
antes cerca de allí, en concreto en Belfast (Irlanda del Norte), y me llevé una
muy grata impresión. Esta vez no fue menos. De Dublín viajé al sur, hasta Wexford,
donde mi jefe en Australia, el cual se encuentra trabajando en su país
originario por 3 meses, me esperaba. En este caso estuve un poco más tiempo,
casi 4 días, tiempo que dediqué de nuevo a visitar un centro de investigación,
TEGASCE, pero también a conocer esa parte del mundo. La impresión no puede ser
más grata en todos los sentidos: belleza arquitectónica, natural, comida, gente
y cultura. A eso también influye el hecho del enorme trato recibido por parte
de mi jefe, gracias Mike.
Y colorín, coloreó,
este viaje se acabó. Tras más de un mes viviendo muy diversas aventuras volví a
mi casita de Australia donde mi querida Sabela me esperaba. La verdad es que la
experiencia ha sido increíble, pero también lo está siendo la del día a día
aquí en Australia. Ya no es solo el país, que es precioso, y que tiene un
estilo de vida que me apasiona, es la gente, gente que, provenientes de
distintos países, comparten sus vivencias con las tuyas, lo cual me hacen
sentirme un privilegiado.
Martín.
sábado, 1 de febrero de 2014
Navidades en Nueva Zelanda
Hola de nuevo,
Estas imágenes me
sirven para ilustrar lo que fue nuestro viaje a Nueva Zelanda, el cual tuvo
lugar durante las pasadas Navidades. Todo comenzó precisamente el día de
Navidad, día en el que volamos destino a Auckland dejando atrás una desolada
Adelaida ya que todo el mundo celebraba en sus casas la citada efeméride.
Lluvia y viento nos recibió y ya no nos dejó, con la salvedad de unas dosis
diarias de sol que nos permitieron andar y fotografiar. Este viaje suponía mi
vuelta a un sitio que llevaré siempre en mi corazón, no obstante viví allí 4
intensos meses en el ya lejano 2008. Comenzamos por el Norte, visitando una
zona que no tuve oportunidad de explorar previamente: Coromandel Península. La
verdad es que fui espoleado por las opiniones de algunos locales los cuales
afirmaban que en esa zona se encontraban las mejores playas de Nueva Zelanda,
lo que para mí es mucho decir. Una vez visitada puedo corroborar esas
afirmaciones. Si bien, no solo hablamos de playas, hablamos de pueblecitos
pintorescos, de un bosque subtropical que se mezcla con la arena, de excelente
comida… La visita fue rápida puesto que 3 días después de nuestra llegada, cogíamos
otro avión que nos dirigía a la isla sur, concretamente a Christchurch, quizás
conocida porque fue asolada por dos terremotos consecutivos hace bien poco.
Cierto es que me impactó ver la condición en la que se ha quedado la ciudad,
sobre todo porque tuve la oportunidad de conocerla antes. De los edificios que
conformaban el centro quedan bastantes pocos puesto que fueron destruidos, y si no dañados lo suficiente como para
justificar su demolición. El símbolo de la destrucción es la catedral, la cual
perdió su torre principal, la cual era referencia de la ciudad. El aspecto que
presentan algunas casas (puertas abiertas, cristales rotos, estanterías
repletas de libros) te transmite que la gente prácticamente las abandonó con lo
puesto y sin esperar a una posible reconstrucción. Síntoma evidente de los
rigores de la actividad de nuestro planeta es el aspecto de muchas de las
calles y carreteras, los cuales parecen que han sido moldeados cual plastilina.
Nuestro paso por Christchurch solo duró una noche, transcurrida la cual nos
dirigimos hacia la costa Oeste a través del Arthur Pass. La isla sur de Nueva
Zelanda está físicamente cortada por la mitad (de Norte a Sur) por una tremenda
cadena montañosa (la cual se eleva año tras año) culminada por el Mount Cook,
con más de 4000 metros. Esta cadena montañosa genera pocos resquicios, en este
caso valles, para atravesarla, uno de los cuales es el citado Arthur Pass. La
presencia de esta mole y debido a la intercepción de nubes provenientes del océano,
genera lluvias constantes en la fachada oeste (hablamos de una media de
6000-8000 litros anuales, con máximos de hasta 12000-14000 litros) y una tremenda aridez en la este, la cual
apenas recibe algo más de 300 litros anuales. Esta circunstancia genera uno de
los mayores contrates ambientales que yo experimentado en menos distancia. De
la sequedad de Christchurch pasamos a la exuberancia de Hokitika (costa Oeste).
La carretera de la costa Oeste es una de las más interesantes de Nueva Zelanda
puesto que en un corto espacio de tiempo puedes ver inmensos bosques de
helechos, ríos y cascadas, playas paradisiacas, glaciares… como el Franz Josef,
el cual tuvimos la oportunidad de visitar quedándonos con un poco de
preocupación debido a su alarmante retroceso. La carretera de la costa Oeste nos llevó hacia
Haast y de ahí a un pequeño puerto donde literalmente se acaba la carretera,
llamado Jackson Bay, lugar donde pernoctamos en nuestra auto-caravana durante
el 31 Diciembre, disfrutando de un menú compuesto por sopa de sobre con
picatostes y ensalada murciana, todo regado por abundante lluvia. De Haast
fuimos a Wanaka, atravesando una de las zonas más espectaculares de Nueva
Zelanda pero de la cual no pudimos disfrutar mucho por la intensa lluvia. De
Wanaka hacia Te Anua parando por Queenstown, auténtica joya del sur. Pero no pernoctamos en Queenstown, sino en
Glenorchy, lugar que ha servido como escenario natural para El Señor de los Anillos.
Nos despedimos de sus azules lagos para dirigirnos hacia Milford Sound, puede
que el lugar más visitado de Nueva Zelanda. La carretera que va desde Te Anau
está plagada de sorpresas naturales y el tiempo cambia sin avisar. Lo cierto es
que salimos con sol, pero las nubes y la lluvia fueron ganando terreno. Cuando
llegamos a Milford Sound la visibilidad era prácticamente nula y nos conformamos
con ver unas fotos en el café aledaño. Eso sí, la travesía fue inolvidable,
sobre todo por las cascadas y ríos cargados de agua que jalonaban el camino.
Nuestro viaje
prácticamente tocaba a su fin, pero aun tuvimos tiempo de visitar el Mount Cook
desde su cara este. El paisaje no podía ser más bucólico pues era un día
soleado y un inmenso lago azul, con flores de decenas de colores a sus lados,
dejaba entrever en el horizonte inmensos picos nevados. Tras visitar brevemente
un glaciar que sirve de antesala al techo de Nueva Zelanda, emprendimos nuestro
camino de vuelta a Christchurch desde el cual volamos a Auckland y de ahí a
Adelaida. Fin del viaje, el cual no hizo más que confirmar mi predilección por
Nueva Zelanda. Una pregunta se plantea y es si me gusta más Nueva Zelanda o
Australia. Creo que es una pregunta que no puedo contestar quedándome con una
opción sin poner condiciones, cual madre cuando se le pregunta por sus hijos.
Creo que ambas, Nueva Zelanda y Australia, tienen atributos que las hacen ser
especiales, ambas poseen ambientes extremos y lugares de inusitada belleza.
Nueva Zelanda es, en general, más verde y azul (vegetación y agua) y los
contrastes se dan en menor espacio. Australia es gigante, descomunal, mucho más
arida, engrandecida precisamente por esta magnitud sin olvidar a sus animales,
auténticos protagonistas de este territorio que hemos aprendido a querer como
si formáramos parte de él desde el principio de nuestros días.
Martín.
viernes, 31 de enero de 2014
lunes, 23 de diciembre de 2013
Volando voy, volando vengo
Aeropuerto de
Dubai, noche cerrada, veo luces adivinando aviones, aviones que acercan
culturas... me siento como lo que somos,
granos en inmensos desiertos de arena, minúsculas partes de ese
gigantesco puzle que se llama mundo. Observo señoras con pañuelos, señores con
barba y turbante, jóvenes rubios con aspecto surfero y chanclas… todos
confluimos en los aeropuertos, desconocidos la mayoría, humanos todos. Escucho
diversos idiomas, observo distintos colores de piel… rasgos inequívocos de diversidad
humana.
El por qué de mi
paso por aquí se entiende por mi residencia habitual (Australia) y por el hecho
de que he hecho una visita (fugaz, eso sí) a mi lugar de origen, que no es otro
que Yecla. Rostros conocidos ataviados con vistosas orejas me esperaban tras la
puerta que separa los aeropuertos de los países. Un año hacía que no les veía,
pero para mí el tiempo parecía no haber transcurrido. La sintonía con los que
quieres y te quieren se establece desde el principio y da igual que el tiempo
pase, siempre está ahí. Mi pueblo estaba engalanado con sus fiestas patrias. No
es que sean santo de mi devoción pero ese aire festivo de las fiestas locales
de los pueblos españoles siempre es sinónimo de alegría, relajación, y de
compartir cosas. Tras mi primera
vigilia, y aun fuera de sitio tras recorrerme el mundo, un hecho inequívoco me
recordó inmediatamente donde me encontraba: 8:00 am, la banda de música de
turno estaba entonando el himno de España, en seguida adiviné lo que pasaba y
donde me encontraba. Fueron 5 días los que pasé en mi pueblo, del todo
insuficientes para dar y compartir todo lo que hubiera deseado. Sin embargo,
fueron al mismo tiempo más que suficientes para recibir el calor de aquellos
que me quieren y para, de la misma manera, devolverles ese afecto recibido. Es
curioso lo cómodo que uno se puede encontrar en su tierra por más que viva la
mayor parte del año fuera de ella. Creo que podría recorrer sus calles,
mercados, visitar sus bares, etc., con los ojos cerrados. De hecho, lo hago a
menudo en mis pensamientos.
Aprovecho esta
azotea para mirar desde ella y agradeceos a todos aquellos que habéis hecho
posible que mi estancia haya sido, como siempre, inolvidable. Mi vuelo a
Australia espera, allí me aguarda mi querida Sabela, a la cual venero y anhelo
ver. Australia me está dando mucho y me ha hecho crecer como persona. Serán sus
paisajes, sus gentes, su mezcla de culturas… el caso es que tiene algo
especial, algo que yo llamo “magia”.
Un beso,
Martín.
domingo, 1 de diciembre de 2013
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