sábado, 14 de julio de 2012
Estableciendo paralelismos
El invierno enfría el sur de Australia, aunque no lo hace
demasiado, permitiéndonos disfrutar de él. Lejos queda el último invierno
Yeclano de grados bajo cero, más frío, pero no por ello menos especial. Acabé
mi última entrega hablando de inmigración y comienzo esta de la misma manera,
por algo será, será que estoy en la piel de uno de ellos… También vuelvo a
hablar de situaciones que se repiten pero no a mi, si no a la gente que he ido
conociendo durante mi periplo de más de 10 meses. Son temas recurrentes, que se
repiten en el fondo pero no en la forma. La mayoría de los residentes de este
país comparten una historia y es la de dejar atrás un país, una realidad, unas
costumbres, un clima… y cambiarlas por otras totalmente distintas. Muchos europeos
vinieron tras la Segunda Guerra Mundial e iniciaron su vida aquí, pocos por
voluntad propia, como es de esperar. La mayoría vinieron “forzados”, ya fuera
por temas laborales o políticos. Estos se pueden ganar el título de
“refugiados”, título que con todo derecho poseen otros, tanto europeos como
africanos, asiáticos, etc., que vinieron a Australia dejando atrás países
asolados y destrozados por guerras, siempre inútiles e injustificadas.
La mayoría, por no decir todos, nunca olvidarán sus países y
los tienen muy presentes en su día a día de forma diversa: a través del
contacto con sus seres queridos, manteniendo las tradiciones de allí pero aquí,
decorando sus casas de acuerdo con las costumbres de sus países, cocinando sus
platos típicos, organizando festivales… todos tienen una historia y todos
quieren contártela y tu, por supuesto, escucharla. Es raro el fin de semana en
el que no se celebra el festival de algún país. Estos festivales comparten esquema
y es la puesta en relieve de la cultura del país en todas sus vertientes:
música, bailes, comida, bebida, deporte, etc. Resulta interesante cuando
algunos de estos inmigrantes deciden, tras muchos años sin saber que fue de sus
antepasados (casi siempre por temas bélicos), emprender la búsqueda en el túnel
del pasado y saber que fue de ellos, incluidos padres o abuelos, ya que muchos
vinieron cuando eran muy jóvenes con algún familiar, y no llegaron a conocer, o
lo hicieron a edades muy tempranas, a sus familiares más cercanos.
Para nosotros también resulta muy gratificante la conexión
que tenemos casi instantánea con gente de Centro y Sudamérica así como con
gente ribereña del Mediterráneo. En el primer caso parece claro que es un tema
genético y lingüístico. En el segundo parece más bien un tema de costumbres,
condicionadas por un mar y por un clima que derivan en platos comunes, eventos
al aire libre, la plaza como lugar de encuentro, el mar… Por ello, no es de
extrañar las buenas conexiones (aparte de con españoles) con salvadoreños,
italianos, croatas, etc.
Al hilo de lo que vengo hablando, hace unas semanas acudimos
a un evento conocido como “Walking together” (Caminemos juntos) donde los
Australianos (llamemos así a los nacidos aquí o a aquellos que llevan un buen
número de años) daban la bienvenida a todos los inmigrantes y les invitaban
precisamente a “Caminar juntos” en “pro” de una sociedad más unida,
desarrollada y tolerante. Al final de la marcha hubieron varias intervenciones,
algunas puedo decir que incluso emotivas. Viene a mi memoria la de una anciana
aborigen, la cual mostraba su inmensa alegría por poder ser participe de una
sociedad tan diversa. Una de sus anécdotas fue que cuando va al colegio a
recoger a sus nietos, ya no sabe cuales son los suyos pues los colores de piel
se confunden con tonos pacíficos, asiáticos incluso africanos. Al respecto, y
como he comentado en alguna otra entrega, esto no es lo normal ya que por regla
general, los aborígenes y los “blancos” (los que son menos oscuros que ellos
aparte de los africanos) no están muy mezclados en esta sociedad. También
resultó emocionante la intervención de una chica de Sierra Leona, la cual huyó
de su país en plena guerra civil con tan solo 14 años tras pasar por un campo
de refugiados y perder a su padre. La chica contaba como la gente que encontró
en los campos de refugiados y que formaron parte de su vida allí fueron los
mismos que previamente querían matar a ella y a su familia, paradojas de la
vida. La chica comentó entre risas que “no vengo a quitaros vuestros trabajos
ni vuestros maridos, solo vine huyendo de un infierno para contribuir al
desarrollo de vuestro país”. Los parlamentos comenzaron tras un poco de música
(que siempre tiene algo de magia) a cargo de unos jóvenes llamados “Minority
tradition”, los cuales me sorprendieron por el contenido de sus letras y por la
pasión que por ellas demuestran (http://www.triplejunearthed.com/MinorityTradition).
Eventos de esta índole no hace más que poner de manifiesto
la enorme diversidad cultural de este país y sirve para recordar cuanto de
bueno tiene para una sociedad esta multiculturalidad. Los testimonios de la
gente también sirven para comprobar que nadie estamos a salvo de cambiar
nuestro estatus y los países que antes recibían emigrantes, en poco tiempo
pueden pasar a emitirlos (tenemos como ejemplo más evidente y cercano el de España).
Por esta razón, pero sobre todo por una razón de índole humanitaria, debemos
respetar y apoyar al inmigrante. Esta sociedad de consumo nos ha malacostumbrado
a hacer algo esperando algo a cambio “¿Qué me das por lo que te doy?”, casi
siempre hablando en términos materiales, tangibles. En el caso de la inmigración
que llega a un país, el que ayuda al inmigrante siempre recibe a cambio la
amistad sincera y de por vida del receptor de la ayuda, algo de incalculable
valor, mucho más que la acumulación de objetos materiales. Sin embargo, el
ayudado (y lo digo por experiencia propia) piensa que nunca va a ser capaz de
devolver la ayuda prestada a esa persona. La forma de contribuir es ayudando a
otra persona. Creo que eso es cooperación y así se construye una sociedad. Pongo
en mis teclas palabras del gran Karlos Arguiñano en un programa que vi hace
poco y que le honra como persona y como cocinero: “Un respeto a los
inmigrantes”. Mi actitud puede parecer ventajista ya que yo estoy en la piel de
uno de ellos pero en mi defensa esgrimo que es algo que ya pensaba y defendía
antes de venir. Lo que si que es cierto es que ahora lo tengo más presente
puesto que es precisamente mi realidad.
Por último y para terminar, quería dejar claro que no son
todos derechos para los inmigrantes, estos, nosotros, también tenemos
obligaciones. Creo que este es un tema que los inmigrantes tienen que tener en
cuenta cuando van a otro país y es que ya no están en el suyo. Eso conlleva
adaptarse a sus horarios, respetar sus tradiciones, hablar su lengua, en
definitiva, intentar adaptarse, y no intentar que el país se adapte a ti. Queda
claro que todo es más fácil si el país receptor pone de su parte, como es el
caso. Creo que es una relación mutualista, donde los dos individuos salen
beneficiados. Como beneficiado me siento yo por poder contaros todo esto y por
tener como amigos o familia a gente que lo lee.
Un beso,
Martín (José Martín para mi familia).
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